Cuando el 20 de mayo de 1983 un grupo de científicos publicó en la revista Science el descubrimiento del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), no tenían ni idea de la magnitud de su hallazgo. Ni de todo el sufrimiento que este microorganismo iba a causar. Lo contaba una de las investigadoras que participó en los estudios, Françoise Barré-Sinoussi. Por entonces, había medio centenar de enfermos de sida en su país, Francia, y no fue hasta unos años más tarde cuando se dieron cuenta de los estragos que el virus estaba causando en África.
Hace ahora 35 años que lo conocemos y, aunque aún no hemos conseguido doblegarlo por completo, «nunca antes la ciencia y la medicina han sido tan rápidas a la hora de descubrir, identificar el origen y aportar tratamiento para una nueva enfermedad». Las comillas son del Comité Noruego del Nobel, que en 2008 reconoció este descubrimiento con el premio más prestigioso del mundo.
En estos más de 35 años,
78 millones de personas
han contraído el VIH y
35 millones han muerto
por enfermedades
relacionadas con el sida.
El mundo se ha propuesto terminar con la epidemia en 2030. Desde el punto de vista científico, es posible. Los expertos defienden la estrategia 90-90-90 para 2020. Consiste en que el 90% de los seropositivos conozca su condición; que, de ellos, el 90% reciba el tratamiento; y que, de ellos, un 90% tengan supresión viral, es decir, que los niveles en sangre sean muy bajos. Alcanzar esos guarismos supondría un paso de gigante para empezar a eliminar el sida.
Pero esto solo es posible con un compromiso económico muy fuerte por parte de comunidad internacional. Como señalaba el informe Goalkeepers 2017, de la Fundación Bill y Melinda Gates, los enormes progresos que se han conseguido en la lucha contra el sida pueden revertirse si no se continúa financiando. Cada año se producen 14 muertes por cada 100.000 personas; si seguimos progresando, esa cifra podría reducirse hasta seis decesos por cada 100.000 en 2030; pero un recorte del 10% en el presupuesto global podría elevarla a 19. Supondría cinco millones más de fallecimientos de aquí a ese año.
El dinero es necesario para diagnosis, tratamiento y también para que la ciencia siga avanzando. Lo hace: cada vez se conocen mejor los mecanismos del virus, las terapias continúan mejorando y son cada vez más baratos, existen medicamentos profilácticos que evitan el contagio si se toman antes de una exposición sexual y pruebas rápidas y sencillas que permiten a una persona conocer su estado serológico. Pero no se vislumbra en el horizonte una cura para el sida, es decir, eliminar el virus completamente del cuerpo. Tampoco parece que esté cerca una vacuna que pueda prevenir la enfermedad, aunque los hallazgos científicos no siempre son previsibles. Ahora mismo hay en marcha dos ensayos que tratan de dar con la inmunización.
Lo que está claro es que hacen falta fondos para continuar avanzando. A finales de 2016, en los países de ingresos medios y bajos se destinaron 19.100 millones de dólares a luchar contra la enfermedad. La agencia de las Naciones Unidas para el sida (Onusida) estima que en 2020 serán necesarios 26.200 millones. El principal mecanismo para canalizar las donaciones de los países ricos es el Fondo Global, al que España dejó de ingresar dinero en 2011 con la excusa de la crisis económica. Después de siete años, sigue sin hacerlo.