Juan Francisco Rodríguez dice que su «meta» era estar con su familia, que ese era «su destino». Su hija y su mujer habían obtenido la Visa para vivir en Estados Unidos así que, para estar cerca suyo, este hombre decidió abandonar El Salvador para cruzar la frontera «en micro, camión y a pie».

Su hija Daniela dice que cree que, en el lugar de su padre, «hubiera hecho exactamente lo mismo» para estar con su familia. Según cuenta, en un perfecto inglés y con un nudo en la garganta, la tristeza inundó su casa desde el 10 de febrero cuando «comenzaron las noches de insomnio» porque su papá se había presentado en el departamento de Inmigración en un contexto en el que el nuevo presidente había dejado en claro que «no quería a los inmigrantes». Ese día, se le acabó el tiempo «de paz» en la tierra norteamericana.

Daniela se pasó la mayor parte del tiempo de su último año del colegio «en la oficina del consejo porque tenía miedo». Y agrega. «Iba a la sala de profesores y les pedía si podía quedarme allí a llorar». Sentía que iban a separar a su familia. «No tengo derecho a decir quién merece y quién no estar acá», sostiene y comenta que no entiende por qué deben irse aquellos que trabajan dignamente y que no son criminales. «Como un inmigrante cometió un delito, somos todos criminales. No, somos todos diferentes. Mi papá no es un criminal».

La angustia es doble para la familia porque el padre de Daniela se perdería el egreso de su hija. «Los oficiales iban a reportarlo y mi papá les preguntó si podía pedirles una cosa. Les dijo: ‘Mi hija se gradúa ¿puedo quedarme? No quiero arruinarle el sueño y no estar allí para verla´. Dijeron que, como no tenía antecedentes criminales, lo dejarían ir». Pese a concederle ese deseo, ese mismo día, después de la celebración, tenía que reportarse y lo deportarían.

Breat Bradford es oficial de migraciones y explica así el caso: «Muchos de los terroristas del 11/9 no tenían antecedentes, solo entraron al país ilegalmente. Hicieron mucho daño cuando llegaron aquí. Incluso los delitos menores de los que habla la gente, algunos incluso se refieren a manejar alcoholizado como un delito menor, y yo no los considero así. No me gusta la idea de dejar que sigan avanzado».

Sobre el caso de Rodríguez explica que lo atraparon cuando «ingresó ilegalmente al país en el 2001». Luego de algunas idas y vueltas, le permitieron que se quede en Estados Unidos pero con la condición de que tenía que reportarse periódicamente dado que la «orden de deportación» seguía vigente y, si las condiciones cambiaban, debía abandonar el país.

Durante 11 años así fue la dinámica: «Se presentaba y estaba todo bien», relata su hija para quien su padre «hacía lo correcto». Pero en enero, Trump lanzó un decreto para «echar a los malos» de su país y, como parte de esa medida, Rodríguez debe volver a El Salvador. El oficial Breat Bradford pospuso la fecha de deportación pero el final será el mismo: Estados Unidos no tiene más lugar para él y, el 10 de enero de 2018, Rodríguez debe abandonar el país de sus hijas.